No
podía dejar de pensar en Ella un segundo desde que la conoció. Desde el
primer día en que lo miró, sintió que era la mujer de su vida. Quizás
fue su voz, su sonrisa... No lo sabía, pero su instinto le dio la
certeza de que aquella mujer era única e irrepetible, de que le iba a
devolver la alegría de vivir. Sí, debía ser Ella la que le haría olvidar
su horrible pasado, la que lo salvaría de esos barrotes y de su inmediato mortal futuro.
No le importaba reconocerlo, estaba enamorado de Ella, y aunque no era
capaz de decírselo, él sabía que Ella lo sabía. Y es que el sólo pensar
que faltaban unas horas para verla le hacía temblar de emoción.
Mientras pensaba en todo esto se durmió plácidamente. Cuando soñaba con
ella su cuerpo se relajaba totalmente y se ponía de muy mal humor si lo
despertaban en medio de sus sueños. No obstante, siempre estaba atento a
su llegada, siempre deseando ese momento como el mejor del día.
De repente, escuchó unos pasos cerca del portal. Enseguida se levantó
de la cama y corrió hacia la puerta. Mientras la llave giraba, ya
escuchaba su voz. Sus extremidades se agitaban, casi daba saltos de
alegría y hasta alguna parte de su cuerpo se excitaba y agitaba sin
control. Al fin se abrió la puerta y él se abalanzó a abrazarla -como
pudo-, ya que su cuerpo, ¡y hasta su alma!, sentían un éxtasis
inexplicable al verla y poder tocarla. Pero su felicidad llegó al máximo
cuando escuchó las palabras mágicas, aquellas por las que lloraba al
verla: "¿Cómo está mi Mambo? Eres lo más bonito, lo que más quiero en
este mundo, sí, tú, sí".
Al fin Ella había llegado, y él era el perro más feliz del mundo.
(Publicado en Facebook el 10 de diciembre de 2013)
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