viernes, 21 de marzo de 2014

La última lección

"Antes de posar sus manos entre las teclas blancas y negras, sus frágiles dedos siempre temblaban, era lo normal antes de salir al escenario. Pero esta vez el tembleque era distinto, más acusado de lo usual. Los nervios previos a un concierto normalmente eran moderados, y hasta le gustaban, pues le daban esa chispa de vitalidad necesaria para no pecar de exceso de confianza. Pero hoy... Hoy se estaban aliando todos sus miedos con todos los recuerdos de la noche anterior.

Empezó a sentir verdadero pavor. En su frente se acumulaban minúsculas gotitas de sudor y su respiración comenzaba a entrecortarse. Su boca, completamente seca, boqueaba cual pez fuera del agua. Al menos estaba entre sombras, y nadie podía percibir su crítico estado.

Tan sólo necesitaba recordar el primer compás, y todo saldría bien. Pero era inútil. Estaba absolutamente bloqueada. Hoy no era capaz. No sin él.

De repente, el intenso foco que le apuntaba, le acribilló sin piedad y su esbelta figura quedó revelada ante el público que, entusiasta, aplaudió.

No se volvió hacia el patio de butacas. No saludó. No pestañeó. Sus manos estaban en sus rodillas. Estaba horrorizada. Sólo era capaz de sudar por fuera y llorar por dentro. Todo se había acabado.

Silencio absoluto. Una tos. Silencio de nuevo.

Miró de reojo a la primera fila. Era su única esperanza. Si no estaba, tendría que levantarse e irse. Nada. Tal y como le dijo, no había venido.

Al minuto y medio, alguien silbó, pero fue acallado inmediatamente por una de las azafatas. Pronto se hizo de nuevo el incómodo silencio.

Ya habían pasado dos minutos pero la tensión, cada vez mayor, se acumuló en su cuello y en su espalda y ya no era capaz ni de moverse. Simplemente se quedó embobada, mirando las teclas, esperando que le gritaran "¡loca!" y que se la llevaran de allí.

Cuando empezó a resbalarle la primera lágrima y casi estaba a punto de gritar, escuchó algo. La puerta de entrada al primer nivel se abrió. Oteó las butacas, ansiosa, esperanzada, y finalmente sus miradas se cruzaron. No necesitó nada más.

Inmediatamente, sus ojos se cerraron. Respiró hondo. Levantó la mano izquierda y, como realizando un conjuro, gesticuló también al aire con la mano derecha. Atacó con tanta fuerza que el primer acorde destruyó todo atisbo de duda, todo miedo, hasta tal punto que el resto del concierto ni siquiera pensó en él ni en lo mucho que lo había necesitado las últimas 24 horas.

Al finalizar, fue aplaudida con una intensa ovación. Pero ella sólo buscaba sus ojos. Cuando lo miró, él le sonrió, se quitó su sombrero imaginario e inclinó su cabeza con gesto respetuoso. Levantó su mirada y la mantuvo fija en ella unos instantes hasta que se dio la vuelta. Entonces ella comprendió. Desesperada, dejó el ramo de flores en el piano y corrió a buscarlo. Pero cuando entró al auditorio, ya se había marchado.

Y así, su maestro, tras su última lección, se despidió de ella para siempre."


(Publicado en Facebook el 13 de diciembre de 2013)

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