"Antes
de posar sus manos entre las teclas blancas y negras, sus frágiles
dedos siempre temblaban, era lo normal antes de salir al escenario. Pero
esta vez el tembleque era distinto, más acusado de lo usual. Los
nervios previos a un concierto normalmente eran moderados, y hasta le
gustaban, pues le daban esa chispa de vitalidad necesaria para no pecar
de exceso de confianza. Pero hoy... Hoy se estaban aliando todos sus miedos con todos los recuerdos de la noche anterior.
Empezó a sentir verdadero pavor. En su frente se acumulaban minúsculas
gotitas de sudor y su respiración comenzaba a entrecortarse. Su boca,
completamente seca, boqueaba cual pez fuera del agua. Al menos estaba
entre sombras, y nadie podía percibir su crítico estado.
Tan
sólo necesitaba recordar el primer compás, y todo saldría bien. Pero
era inútil. Estaba absolutamente bloqueada. Hoy no era capaz. No sin él.
De repente, el intenso foco que le apuntaba, le acribilló
sin piedad y su esbelta figura quedó revelada ante el público que,
entusiasta, aplaudió.
No se volvió hacia el patio de
butacas. No saludó. No pestañeó. Sus manos estaban en sus rodillas.
Estaba horrorizada. Sólo era capaz de sudar por fuera y llorar por
dentro. Todo se había acabado.
Silencio absoluto. Una tos. Silencio de nuevo.
Miró de reojo a la primera fila. Era su única esperanza. Si no estaba,
tendría que levantarse e irse. Nada. Tal y como le dijo, no había
venido.
Al minuto y medio, alguien silbó, pero fue acallado
inmediatamente por una de las azafatas. Pronto se hizo de nuevo el
incómodo silencio.
Ya habían pasado dos minutos pero la
tensión, cada vez mayor, se acumuló en su cuello y en su espalda y ya no
era capaz ni de moverse. Simplemente se quedó embobada, mirando las
teclas, esperando que le gritaran "¡loca!" y que se la llevaran de allí.
Cuando empezó a resbalarle la primera lágrima y casi estaba
a punto de gritar, escuchó algo. La puerta de entrada al primer nivel
se abrió. Oteó las butacas, ansiosa, esperanzada, y finalmente sus
miradas se cruzaron. No necesitó nada más.
Inmediatamente, sus
ojos se cerraron. Respiró hondo. Levantó la mano izquierda y, como
realizando un conjuro, gesticuló también al aire con la mano derecha.
Atacó con tanta fuerza que el primer acorde destruyó todo atisbo de
duda, todo miedo, hasta tal punto que el resto del concierto ni siquiera
pensó en él ni en lo mucho que lo había necesitado las últimas 24
horas.
Al finalizar, fue aplaudida con una intensa ovación.
Pero ella sólo buscaba sus ojos. Cuando lo miró, él le sonrió, se quitó
su sombrero imaginario e inclinó su cabeza con gesto respetuoso. Levantó
su mirada y la mantuvo fija en ella unos instantes hasta que se dio la
vuelta. Entonces ella comprendió. Desesperada, dejó el ramo de flores en
el piano y corrió a buscarlo. Pero cuando entró al auditorio, ya se
había marchado.
Y así, su maestro, tras su última lección, se despidió de ella para siempre."
(Publicado en Facebook el 13 de diciembre de 2013)
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