viernes, 21 de marzo de 2014

Ahora, por favor, ahora vas a escucharme

Ahora, por favor, ahora vas a escucharme. Es mi turno, por todo lo que me has hecho pasar.

Desde el principio, yo… yo confiaba en ti. Desde ese primer día en que nos conocimos, quise hacerlo, y tú, tú me lo pusiste fácil. Me aseguraste que me darías lo que ningún otro me había dado ni me iba a dar. Me obnubilaste con tu melodiosa voz, con tus bellas promesas, con tu aparente inmensa alegría… Todos a tu alrededor parecían tan felices que no podía más que pensar en que tú eras el definitivo, que al fin, a tu lado, yo sería también feliz.

Imposible no ilusionarse contigo… ¿Recuerdas nuestros comienzos? Las navidades pasadas, cuando comenzamos a coquetear, yo… no podía dejar de pensarte ni un instante. La verdad es que hay que reconocer que cuando cenamos juntos por primera vez el marco era incomparable, maravilloso, inenarrable... El vino y la opulencia era nuestra banda sonora, las calles lucían esplendorosas desde el ventanal… y, aquella bendita noche… mis labios sonrientes, con un inusual trozo de queso verde que compartimos a medias, presenciaron y presagiaron un feliz idilio entre tú y yo.

O al menos eso creíamos. A las pocas semanas decidiste instalarte en mi vida, lo que en un principio agradecí. Pero nuestra pasión duró lo que suelen durar estas cosas. Como si nada, casi de un día para otro, empezaste a tornarte rancio, oscuro, pesimista… Y acaso yo también, no lo niego, pero, si bien es cierto que yo intenté que esto funcionara hasta las últimas consecuencias, tú sólo dejaste que el tiempo pasara, como si eso fuera a arreglar las cosas… Pero eso sólo las empeoró. Así que tú no tienes derecho a echarme ahora nada en cara, tú, que demasiado has puesto ya sobre mi cabeza y sobre mi alma, tú, que te has mofado de lo que significabas para mí. Pero, sin duda, lo que más me ha dolido de estar todo este tiempo contigo no ha sido tu destructiva actitud pasiva, sino el haber tenido que pasar por la humillación más grande que jamás hubiera podido imaginar. Pero eso ya lo sabes, y prefiero no hablar más de esto, ni a ti ni a los que vengan, porque es demasiado doloroso el recuerdo, y porque sobre eso… ya nada más se puede decir.

Sí, no todo fue malo, tienes razón. Aunque suene a tópico, esto es lo que me llevo de haber pasado todo este tiempo contigo: el aprendizaje. Respirar debajo del agua; contener la respiración y mis palabras; aguantar saetas envenenadas; escupir sólo verdades y tragar sólo mentiras; saborear la soledad; vencer a pequeños gigantes de traje y corbata; escalar volcanes imposibles, de piedra y lava, y de carne y hueso; escribir nuevos cuentos y saldar viejas cuentas; beber, comer y digerir cenizas; componer para mí y para ese nadie más; olvidar lo que hace daño y no dañar más lo que había olvidado; soñar con volver a mover los dedos entre pistones y los labios entre otras boquillas; encontrar el equilibrio entre optimismo de locos y razón de cuerdos; nunca más desdeñar a mi familia, de sangre o de andanzas; respetar los tempos y superar la incertidumbre; ¡¡viajar sin compañía!!

Si piensas que te estoy dando las gracias por todo lo aprendido, me has entendido mal. Todo lo que soy ahora o todo lo que quiero ser, cariño, no te lo debo a ti, sino tan sólo a mí. No soy todo lo pusilánime que era cuando me conociste, pero tampoco tengo un corazón de impenetrable e impertérrita piedra, aunque llevaba un tiempo siendo así, de pura roca, te lo reconozco. Ahora, intento disfrutar de la vida intensamente, pero como venga, sin plantearme mucho el mañana. Simplemente, no espero nada de nada ni de nadie, o lo menos posible. Y no es por despecho, es por convicción de que lo que venga a mi vida lo aceptaré en mi seno sólo si es real, no principesco, y de ninguna manera si es infundado o sometido tan sólo a los deseos expresos de mi corazón ansioso. Sólo te daré las gracias por una cosa: por haberme devuelto mi sentido común.

Ah, antes de despedirme, una cosa. Ya sé quién eres, y ya conozco a los de tu calaña. Resulta que a toda esa gente que bailaba feliz a tu son… también le prometiste lo mismo y acabaron como yo. No voy a decir que te odio por ello. Pero tu tiempo se ha acabado. Ya no te necesito. Nunca te olvidaré, porque, como alguien me dijo una vez, eso sólo puedes hacerlo pegándote un tiro, pero… sí que puedo pegarte el tiro a ti, el tiro de gracia, ese al que tanto temes y que también me sirve de pistoletazo de salida. Lo que trato de decirte, metafóricamente, es que no… No te olvidaré, pero ten por seguro que pensaré en ti lo menos posible, y que no volveré a mentarte, ni a mentirme más.

Raudo, vete ya. Mañana puedes llevarte todas tus cosas y todos tus vanos recuerdos, tus promesas impías y tus falacias navideñas. Y tus cuatro caracteres que tanto he llegado a detestar.

Adiós …. Adiós 2013.


(Publicado en Facebook el 30 de diciembre de 2013) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario