Ahora, por favor, ahora vas a escucharme. Es mi turno, por todo lo que me has hecho pasar.
Desde el principio, yo… yo confiaba en ti. Desde ese primer día en que
nos conocimos, quise hacerlo, y tú, tú me lo pusiste fácil. Me
aseguraste que me darías lo que ningún otro me había dado ni me iba a
dar. Me obnubilaste con tu melodiosa voz, con tus bellas promesas, con
tu aparente inmensa alegría… Todos a tu
alrededor parecían tan felices que no podía más que pensar en que tú
eras el definitivo, que al fin, a tu lado, yo sería también feliz.
Imposible no ilusionarse contigo… ¿Recuerdas nuestros comienzos? Las
navidades pasadas, cuando comenzamos a coquetear, yo… no podía dejar de
pensarte ni un instante. La verdad es que hay que reconocer que cuando
cenamos juntos por primera vez el marco era incomparable, maravilloso,
inenarrable... El vino y la opulencia era nuestra banda sonora, las
calles lucían esplendorosas desde el ventanal… y, aquella bendita noche…
mis labios sonrientes, con un inusual trozo de queso verde que
compartimos a medias, presenciaron y presagiaron un feliz idilio entre
tú y yo.
O al menos eso creíamos. A las pocas semanas
decidiste instalarte en mi vida, lo que en un principio agradecí. Pero
nuestra pasión duró lo que suelen durar estas cosas. Como si nada, casi
de un día para otro, empezaste a tornarte rancio, oscuro, pesimista… Y
acaso yo también, no lo niego, pero, si bien es cierto que yo intenté
que esto funcionara hasta las últimas consecuencias, tú sólo dejaste que
el tiempo pasara, como si eso fuera a arreglar las cosas… Pero eso sólo
las empeoró. Así que tú no tienes derecho a echarme ahora nada en cara,
tú, que demasiado has puesto ya sobre mi cabeza y sobre mi alma, tú,
que te has mofado de lo que significabas para mí. Pero, sin duda, lo que
más me ha dolido de estar todo este tiempo contigo no ha sido tu
destructiva actitud pasiva, sino el haber tenido que pasar por la
humillación más grande que jamás hubiera podido imaginar. Pero eso ya lo
sabes, y prefiero no hablar más de esto, ni a ti ni a los que vengan,
porque es demasiado doloroso el recuerdo, y porque sobre eso… ya nada
más se puede decir.
Sí, no todo fue malo, tienes razón. Aunque
suene a tópico, esto es lo que me llevo de haber pasado todo este tiempo
contigo: el aprendizaje. Respirar debajo del agua; contener la
respiración y mis palabras; aguantar saetas envenenadas; escupir sólo
verdades y tragar sólo mentiras; saborear la soledad; vencer a pequeños
gigantes de traje y corbata; escalar volcanes imposibles, de piedra y
lava, y de carne y hueso; escribir nuevos cuentos y saldar viejas
cuentas; beber, comer y digerir cenizas; componer para mí y para ese
nadie más; olvidar lo que hace daño y no dañar más lo que había
olvidado; soñar con volver a mover los dedos entre pistones y los labios
entre otras boquillas; encontrar el equilibrio entre optimismo de locos
y razón de cuerdos; nunca más desdeñar a mi familia, de sangre o de
andanzas; respetar los tempos y superar la incertidumbre; ¡¡viajar sin
compañía!!
Si piensas que te estoy dando las gracias por todo
lo aprendido, me has entendido mal. Todo lo que soy ahora o todo lo que
quiero ser, cariño, no te lo debo a ti, sino tan sólo a mí. No soy todo
lo pusilánime que era cuando me conociste, pero tampoco tengo un corazón
de impenetrable e impertérrita piedra, aunque llevaba un tiempo siendo
así, de pura roca, te lo reconozco. Ahora, intento disfrutar de la vida
intensamente, pero como venga, sin plantearme mucho el mañana.
Simplemente, no espero nada de nada ni de nadie, o lo menos posible. Y
no es por despecho, es por convicción de que lo que venga a mi vida lo
aceptaré en mi seno sólo si es real, no principesco, y de ninguna manera
si es infundado o sometido tan sólo a los deseos expresos de mi corazón
ansioso. Sólo te daré las gracias por una cosa: por haberme devuelto mi
sentido común.
Ah, antes de despedirme, una cosa. Ya sé quién
eres, y ya conozco a los de tu calaña. Resulta que a toda esa gente que
bailaba feliz a tu son… también le prometiste lo mismo y acabaron como
yo. No voy a decir que te odio por ello. Pero tu tiempo se ha acabado.
Ya no te necesito. Nunca te olvidaré, porque, como alguien me dijo una
vez, eso sólo puedes hacerlo pegándote un tiro, pero… sí que puedo
pegarte el tiro a ti, el tiro de gracia, ese al que tanto temes y que
también me sirve de pistoletazo de salida. Lo que trato de decirte,
metafóricamente, es que no… No te olvidaré, pero ten por seguro que
pensaré en ti lo menos posible, y que no volveré a mentarte, ni a
mentirme más.
Raudo, vete ya. Mañana puedes llevarte todas tus
cosas y todos tus vanos recuerdos, tus promesas impías y tus falacias
navideñas. Y tus cuatro caracteres que tanto he llegado a detestar.
Adiós …. Adiós 2013.
(Publicado en Facebook el 30 de diciembre de 2013)
No hay comentarios:
Publicar un comentario