viernes, 18 de julio de 2014

La derrota

Sus venas se iban hinchando a cada párrafo en el que se detenía. Un hálito flamígero recorría su garganta y dejaba su boca seca, pastosa. El sudor de su frente iba acumulándose en pequeñas gotitas hasta que se agrupaban en una gran gota que recorría su mejilla como un bólido hasta morir en su barbilla. Sus manos agarraban con fuerza el mamotreto de papeles que no había dejado de leer en todo el día, impregnándose sus dedos de la sucia tinta negra, cuasi una metáfora del oscuro texto que le mancharía ese día y por mucho tiempo su carácter.

Al finalizar su amarga lectura, escupió en la papelera, bebió un trago largo y volvió a escupir, esta vez sobre uno de los nombres del texto, para luego romper en minúsculos trozos el primer folio que con saña habían humedecido sus efluvios.

Maldijo el nombre de su secuaz, su inutilidad y la de ella misma, golpeando la silla de su escritorio, y tirando todo lo que tenía a su alcance de un sólo manotazo, al tiempo que también maldecía su intento de pasarse de lista. En qué mala hora lo había escuchado. ¿Por qué le habría hecho caso?

Sus intentos de ascenso forzado le habían salido caros. Como un artefacto bomba defectuoso, éste le había estallado en plena cara, dejándole una cicatriz que no se borraría fácilmente.

Al día siguiente debería recoger sus cosas. Marcharse de la empresa, de la ciudad... Joder, la mierda le salía por todos los poros.

Apestada, desahuciada por sus compañeros, sólo podía contar la verdad y salvar así algo de su dignidad, aunque ya había sido condenada por la propia administración de su empresa y seguramente, en breve, por los poderes judiciales.

Cabizbaja, admitió para sí su derrota. Había aprendido una valiosa lección.

La mentira no hace justicia. Por muy justos que parezcan los fines.

Insultos

Egoístas, lamebotas y de culos, crápulas de la moralidad, insignificantes dictadores, lactantes de la peor de las madres, titulados en cabrón con matrícula de deshonor, caricaturas de personas, exiliados de la razón, esclavos de la mentira, indigentes de la verdad, incompetentes por naturaleza, inútiles sin redención.

Sádicos, déspotas, codiciosos duendes, paupérrimos personajillos ignorantes del verdadero hedonismo, gilipollas de libro blanco bajo el brazo y carentes de justicia sobre su mano, autores de las más épicas fechorías.

Viejas glorias apocadas, almas en podredumbre, asquerosos sacos de antológica escoria.

Sois lo peor que tiene este mundo, pero eso significa que existen vuestros contrarios, vuestros apuestos opuestos, la versión que únicamente me importa de entre todos los seres humanos. Esos y ese ser amado por los que las comparaciones son odiosas.

Para vosotros, claro.

Menos es más

No te vi. No supe dónde estabas. No comí contigo en el acantilado. Ni paseé de tu mano. Ni te abracé temprano. Ni escuché música contigo en el coche, a todo gas y a todo volumen. Ni tomé café con vistas al mar y a tus pupilas infinitas. Ni remé a tu lado. Ni fui el último verso del último trago de tu saliva.

Y sin embargo...

A veces, menos es más. Y cada vez más.

Atardecido

Decido atar, o atar decido. Atardecido.

Belleza

Se sentó en la arena y esperó. Los minutos pasaban lentamente, y las luces iban tornando hacia un anaranjado rosáceo tras las montañas. Hacia el otro lado de la flamígera vista, la luna empezaba a platear las mansas y transparentes aguas que tan sólo unos segundos antes habían acariciado su piel.

No tenía frío, pero abrazaba la toalla como el que necesita el calor en la noche más gélida. Mientras tanto, el sol iba desapareciendo más rápido que el tiempo, y sus ojos se humedecían a su compás. Quizás por mirar de frente al astro rey, quizás por la imagen tan bella que estaba presenciando. O quizás por las manos ausentes.

Finalmente, y casi de repente, se perdió todo rastro de la fulgurante esfera, aunque su luz residual seguía bailando entre las nubes, pudiendo presenciar un espectáculo de colores pastel que le provocaron una explosión de placer visual, erizándole el vello de todo su cuerpo.

Sonreía. La conclusión del día también lo fue de sus pensamientos.

A veces unos pocos minutos de verdadera belleza bastan para enamorarse de lo que presencian tus ojos.

Silencio

A menudo disfrutaba del silencio más que de cualquier otra cosa.

Contemplando una fotografía; conteniendo la respiración bajo el agua; tras apurar el último sorbo de la copa; apreciando los últimos rayos de sol desde el faro; al terminar de leer un libro eterno.

Pero, sin duda, su silencio más melodioso era el que se producía en su aliento cuando su respiración se suspendía al verla. Ese y el de verla dormir mientras entretejía caricias en su pelo. Ah, y el del final de su risa. Y el de después de colgar. Y el de sus manos entrelazadas al caminar. Y el de verla salir de la ducha. Y el de su lágrima sobre mis labios. Y el del matiz entre sus palabras. Y el de ...

...

Y el de no poder escoger tan sólo uno de esos momentos.

Provoca un cambio

Pasar...

... de tener suerte a buscar tu suerte.

... del "porque sí" al "¿por qué no?".

... de sentir pena por algo a sentir que algo merece la pena.

... de la motivación al motivo.

... de la casualidad a la causalidad.

No cambies de razones, pero provoca un cambio en tus razonamientos.

La espera

Entre penumbras, acostada de medio lado, miraba al mar a través de la pequeña rendija de la ventana de su habitación. Desde allí podía escuchar las olas embravecidas, aspirando el aroma que la suntuosa espuma dejaba en la orilla. Como había heredado un oído y un olfato privilegiados, y, aunque su vista ya no era lo que fue, en la quietud de la noche estos tres sentidos se combinaban de manera perfecta, y multiplicaban sus sensaciones de una manera exquisita. Podía ser eso, o quizás sólo su mente, ávida de amaneceres, pero lo cierto es que se transfiguraba, se transportaba, parecía estar ahí abajo en la playa, sentada en la arena en mitad de la noche, a un metro de la orilla, deseando un tierno abrazo por la espalda y un pecho donde apoyarse, y no en la cama más insípida sobre la que jamás dormiría.

Imaginó su mundo tan sólo cinco años atrás. "Todo habría sido muy distinto. De haberlo sabido, claro.", se dijo. Sus manos habrían acariciado de otra manera; sus ojos y sus labios habrían sido carmesí, encendidos de pasión, nunca grises, consumidos por la decepción; su boca habría sido justa para consigo misma, y es del todo seguro que habría sabido gritar "¡libertad!".

Pero el tiempo ya se había cobrado su derecho, y aunque daba gracias todos los días por tener el sol ante sus ojos, le costaba resistirse a la tentación de agarrar las maletas y desaparecer, tan lejos que nadie supiera dónde empezar a buscar.

Ahora, mirando al mar, todas las noches cierra los ojos y sueña con un pasado cierto, pero distinto; con un presente fugaz, pero intenso y pasional; y con un futuro dudoso, pero apacible.

Y sueña porque ha escogido tan sólo soñar, ... por ahora. Pero llegará el día que se levante en armas, y ese día llegará. Ella sólo espera que no sea demasiado tarde... ni demasiado pronto.

Y él, también lo (la) espera.

El peso justo

"El peso justo"
(De cómo una experiencia de buceo me dió una clase magistral de vida.)

Hace varias semanas, buceando en Calahonda con cierto club de buceo (de cuyo nombre no quiero acordarme) me recomendaron sumergirme con 10 kg de lastre, según mi peso.

Resultado: cuatro inmersiones desastrosas, besando el fondo, hinchando y deshinchando el chaleco a cada momento, con una postura casi vertical que me hacía ir removiendo todo el fondo marino, por no hablar del gasto exacerbado de aire por estrés y continuo movimiento incontrolado. En definitiva, cuatro inmersiones intentando encontrar una flotabilidad neutra que no podía llegar de ninguna de las maneras con ese peso de más.

Me sentí tan incómodo que llegué a pensar que esto del buceo no era lo mío, que en vez de ir a mejor cada vez iba más y más torpe, e incluso... que quizás era mejor dejarlo un tiempo. Pero al mismo tiempo me gustaba tanto que quería aprender más sobre todo esto, y descubrir por qué de repente buceaba tan mal, así que es por eso que decidí empezar el curso avanzado y poder así mejorar mi técnica de flotabilidad.

Expliqué mi problema a mis instructores de confianza antes de comenzar el curso avanzado y, sorprendentemente, ellos no le dieron mayor importancia, porque no recordaban que me hubiera ido mal en flotabilidad y es más, lo que recordaban de mi curso inicial es que yo buceaba muy bien, cosa que me animó bastante. Así, me asesoraron en todas mis dudas, y finalmente escogí una inmersión específica sobre flotabilidad.

Pues bien, hoy, pasado ya el ecuador de mi curso avanzado y gracias a mis magníficos instructores, me di cuenta que mi peso justo de lastre es de 5 kg. ¡Me sobraban ni más ni menos que 5 kilazos! Y el cambio ha sido tan espectacular que estos días, por primera vez, casi ni he pensado en la flotabilidad, porque iba con el peso justo, pudiendo así disfrutar realmente del buceo, sin preocuparme más que en mirar a mi alrededor, explorando con mis movimientos y mi cuerpo bajo el agua, incluso haciendo alguna que otra "pirueta", sintiéndome libre de verdad.

¿Y por qué os cuento todo esto? Porque quería compartir con vosotros la gran lección implícita en esta experiencia tan concreta:

En la vida habrá personas que te harán viajar con un exceso de peso tan grande que incluso puede que durante un tiempo no consigas salir a flote. Pero si sigues buscando tu felicidad, seguro que aparecerá la persona idónea que estará dispuesta a ayudarte siempre y que te brindará el peso justo y necesario con el que debes viajar.

Y es que, lo normal es que la vida misma ya se encargue de añadirte responsabilidades y todo tipo de preocupaciones, así que no permitamos que nada, ni nosotros mismos, ni nadie nos añada más peso a nuestras espaldas del que podamos soportar.

Volver a volver

Volver a volver.

Oler el mar al llegar a Tabernas. Cambiar el llavero por una sola llave. Dormir en la cama más reparadora del mundo, cerca de mi abuela.

Abrazar a mi madre cada mañana. Reir con mi hermana hasta que duela la barriga. Descorchar botellas con mi padre, como si hubiera una celebración cada día. Compartir secretos con mi hermano. Acariciar una hora a mi gato. Cantarle y rascarle a mi perra en la panza.

Comer caracola hasta reventar. Ir al Casa Puga, al Entre Mares, al Catedral, al Andaluz... y presumir de tapas después. Comerme siete platos de arroz con bogavante, o siete raciones de mejillones. Beber gazpacho hasta para desayunar.

Los amigos de toda la vida. Roquetas y su tesoro oculto. Mis ex-alumnos y sus locuras. La jaima y los chupitos de ron miel bajo la luna. Las moragas en la playa. Contar estrellas fugaces. Terminar aquel libro, aquella composición, aquel relato. Salir hasta el amanecer y dormir hasta las tres.

Ser embajador de mi paraíso terrenal y enamorarme aún más de él si cabe. Enseñar a todo el que venga a respirar distinto, con tubo y máscara. Avanzar en mi aprendizaje bajo el mar y bucearme todo lo buceable, de Cabo a Palos. Redescubrir calas a nado. Ver la puesta de sol desde el faro hasta que anochezca, solo, acompañado y abrazado.

Olvidar y recordar.

Volver a Ti y a tus besos, a mi Almería y a su Rambla, a mi Cabo y a sus playas, a mi Sol y a sus gentes, a mi Ángel y a mi Guarda.

Volver a volver.