Ella viajaba a un cálido paraíso del sur de Europa. Y él... Él esperaba paciente a una cálida persona que fuera su paraíso.
Se conocieron casualmente una noche de verano, en un bar del paseo
marítimo. A un lado y al otro de la barra, ambos habían pedido, a la
vez, idénticos bocadillos que no estaban en la carta. Esa situación hizo
que sus miradas se cruzaran y que, curiosos, sus labios se sonrieran, deseosos de conocer sus respectivas voces.
Se acercaron y, sin timidez alguna, comenzaron una amena conversación
que continuó en una mesa para dos. Compartían profesión, por lo que en
un primer momento sólo hablaron de sus experiencias laborales en común.
Pero poco a poco y entre risas, descubrieron que además coincidían en
gustos musicales, películas preferidas, por supuesto en comidas, así
como en últimos - y caústicos - "ex"... ¡Pero si incluso acababan de
terminar de leer el mismo libro! En compañía tan agradable, y en una
noche así, calurosa y estrellada, Morfeo parecía no tener reloj a la
vista.
Se bebieron las horas y contaron las veces que sus
manos se acercaron, deseando que en algún mágico momento o por mero azar
se llegaran a rozar. Hasta que el roce no fue de sus dedos sino de sus
labios, que se fundieron apasionadamente, con tanto fervor que se
besaron casi a dentelladas.
Él la invitó cortésmente a su casa,
y ella aceptó si tomaban la penúltima copa juntos ("pues la última es
la de antes de morir", dijo él en tono irónico). Ambos conocían el
dicho. Se sonrieron como al principio de la noche, pero esta vez sus
miradas ardieron de deseo, ambicionando sus voces en otro contexto...
Ella se despertó pronto. Volaba a media mañana. Así que se dieron sus
números privados y, mirándose a los ojos, prometieron volver a verse.
Algún día.
"Ay... ¿Algún día?". Suspiró ella.
"¡Ah! ¡Algún día... !". Sigue soñando él.
(Publicado en Facebook el 16 de enero de 2014)
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