martes, 19 de agosto de 2014

El ideal

Increíble, inenarrable, imperecedera, inquieta, indecisa, inerme, inefable, incierta, imprecisamente imprescindible, inverosímil, inquietantemente inalcanzable.

La lista es interminable. Infinita. Inmortal.
 

Ideal.

Luna nueva

La luna llena se partió.
Desaparece cada día un poco.
La dama esconde su color.
Se desdibuja entre gritos de loco.

Ya no escuchará los suspiros.
No calmará a quien por ella pena.
Su mirada ya será un río.
Será la amante de quien la desprecia.

Luna nueva, ¿dónde estarás?
¿Dónde te escondes, dónde está tu magia?
Tu silencio, y nada más,
delata que tu cara oculta rabia.

Te perdiste entre laberintos
que nacían de tus profundos miedos.
Los tumultos fueron precintos
que apresaron tus eternos deseos.

Sal de tu oscuro y negro cielo,
grillete en el que tu misma te encierras.
Da a quien lo merece tu pecho,
lecho por el que mil soles murieran.

Así que, luna nueva, amiga,
ve a nacer tras el sol de un nuevo día.
Serás con él blanca, y llena.
¡Esa estrella romperá tu condena!

El cadáver

Llegar de madrugada a casa, soltar el cadáver en el salón, abrir una cerveza y dormir sin culpa ninguna.

Y otros placeres de la vida...
 

#microcuento

La partitura

Comenzó a escribir la partitura con mano temblorosa, sin estar demasiado seguro de lo que estaba haciendo. Su inspiración había llegado semanas antes cuando se sentó al piano y sus dedos empezaron a revivir sus experiencias de ese día, así como las de las previas al encuentro, aunque el momento de mayor genialidad de su mágica improvisación había llegado cuando sus manos imaginaron el feliz y ansiado futuro pasado.

La forma era sencilla. Unos arpegios ascendentes y descendentes en la mano izquierda que iban cambiando ligeramente en cada tiempo, a veces con notas de adorno, otras veces con notas extrañas a la armonía de la pieza... pero siempre sonando en consonancia con la melodía de la mano derecha. Así, en la clave de sol, la música era muy delicada, como la de una cajita de música que sonaba incesantemente, pero que cambiaba a la octava aguda cada vez que terminaba una frase musical, dibujando cristalinos arabescos y curvas sencillas que mutaban livianamente según iban describiendo los matices de sus más íntimos deseos.

- Es una imprudencia por mi parte -se dijo- ; volver atrás así es demasiado arriesgado. Aún así... -dubitó-.

Hasta el momento, sólo le había funcionado con las palabras, pero esta vez sentía que sin ellas, el efecto sería mucho más poderoso y podría llegar mucho más lejos, hasta el foco mismo de su desasosiego. Las palabras, quizás por su alto grado de definición y concreción, eliminaban el factor de subjetividad que tienen los deseos. Ponerle un nombre a los sentimientos era absurdo, no se puede encerrar en unas pocas sílabas lo que no se puede expresar ni con mil poemas. Pero la música... la música llegaba perfectamente hasta la esencia misma de lo más anhelado de su alma.

Cuando compuso la obra no pensaba en objetos, personas, situaciones o cosas, sino en el estado de ánimo que querría tener hasta el día que se extinguiese su último aliento. Por eso la solución era colocar sus deseos en el momento justo en que se habían roto. Un clásico: volver y arreglarlo. Pero mucho más atrás en el tiempo y creando toda una vida.

Cuando terminó de escribir la partitura, la leyó, y súbitamente comenzó su interpretación. Pensó en paz, mientras su música dibujaba pasión, risa, tristeza de circunstancia, soledad escogida en compañía. Amor.

Al finalizar, la firmó, fechándola justo cinco años atrás, pronunciando en voz alta el día del momento del desencuentro.

-Fundido en negro-.

Cuando despertó, ya no había rastro de él. Existía, pero en otro cuerpo, otro rostro, otro sistema celular, quizás otro mundo. Él no podía ya saberlo. La inconcreción de su partitura había hecho que su nueva realidad fuera tan irónicamente feliz como descontroladamente aleatoria.

La única condena

Ser la ola de tu fuerte viento; tu añada buena y el maridaje de tu añejo queso; tu sedosa y fina piel tras el baño de sales; el sonido de tu caracola y el brillo de tu concha nacarada; el tacto que te destroce el seso; la pesadilla inexistente cambiada por el dulce sueño; la tranquilidad de un buen paseo.

Echo de menos ser eso. Y...

Abrazar una caricia insospechada; recibir una sonrisa sin motivo y por todos los motivos; desatar una pasión limpia y desbocada; que seas lo primero y lo último que vea, bese, toque, sienta... por encima de amaneceres y atardeceres fugaces. Tenerte a mi lado siempre.

Te pienso. Y mientras tanto, pasarlo tan bien es saber que echarte de menos no es una condena, sino el faro guía que ilumina mis más puros deseos. Esos que me recuerdan que la única condena es tener a alguien a tu lado... y tan sólo sentir pena.