A menudo disfrutaba del silencio más que de cualquier otra cosa.
Contemplando una fotografía; conteniendo la respiración bajo el agua;
tras apurar el último sorbo de la copa; apreciando los últimos rayos de
sol desde el faro; al terminar de leer un libro eterno.
Pero,
sin duda, su silencio más melodioso era el que se producía en su aliento
cuando su respiración se suspendía al verla. Ese y el de
verla dormir mientras entretejía caricias en su pelo. Ah, y el del
final de su risa. Y el de después de colgar. Y el de sus manos
entrelazadas al caminar. Y el de verla salir de la ducha. Y el de su
lágrima sobre mis labios. Y el del matiz entre sus palabras. Y el de ...
...
Y el de no poder escoger tan sólo uno de esos momentos.
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