Entre
penumbras, acostada de medio lado, miraba al mar a través de la pequeña
rendija de la ventana de su habitación. Desde allí podía escuchar las
olas embravecidas, aspirando el aroma que la suntuosa espuma dejaba en
la orilla. Como había heredado un oído y un olfato privilegiados, y,
aunque su vista ya no era lo que fue, en la quietud de la noche estos
tres sentidos se combinaban de manera
perfecta, y multiplicaban sus sensaciones de una manera exquisita. Podía
ser eso, o quizás sólo su mente, ávida de amaneceres, pero lo cierto es
que se transfiguraba, se transportaba, parecía estar ahí abajo en la
playa, sentada en la arena en mitad de la noche, a un metro de la
orilla, deseando un tierno abrazo por la espalda y un pecho donde
apoyarse, y no en la cama más insípida sobre la que jamás dormiría.
Imaginó su mundo tan sólo cinco años atrás. "Todo habría sido muy
distinto. De haberlo sabido, claro.", se dijo. Sus manos habrían
acariciado de otra manera; sus ojos y sus labios habrían sido carmesí,
encendidos de pasión, nunca grises, consumidos por la decepción; su boca
habría sido justa para consigo misma, y es del todo seguro que habría
sabido gritar "¡libertad!".
Pero el tiempo ya se había cobrado
su derecho, y aunque daba gracias todos los días por tener el sol ante
sus ojos, le costaba resistirse a la tentación de agarrar las maletas y
desaparecer, tan lejos que nadie supiera dónde empezar a buscar.
Ahora, mirando al mar, todas las noches cierra los ojos y sueña con un
pasado cierto, pero distinto; con un presente fugaz, pero intenso y
pasional; y con un futuro dudoso, pero apacible.
Y sueña porque
ha escogido tan sólo soñar, ... por ahora. Pero llegará el día que se
levante en armas, y ese día llegará. Ella sólo espera que no sea
demasiado tarde... ni demasiado pronto.
Y él, también lo (la) espera.
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