viernes, 18 de julio de 2014

La espera

Entre penumbras, acostada de medio lado, miraba al mar a través de la pequeña rendija de la ventana de su habitación. Desde allí podía escuchar las olas embravecidas, aspirando el aroma que la suntuosa espuma dejaba en la orilla. Como había heredado un oído y un olfato privilegiados, y, aunque su vista ya no era lo que fue, en la quietud de la noche estos tres sentidos se combinaban de manera perfecta, y multiplicaban sus sensaciones de una manera exquisita. Podía ser eso, o quizás sólo su mente, ávida de amaneceres, pero lo cierto es que se transfiguraba, se transportaba, parecía estar ahí abajo en la playa, sentada en la arena en mitad de la noche, a un metro de la orilla, deseando un tierno abrazo por la espalda y un pecho donde apoyarse, y no en la cama más insípida sobre la que jamás dormiría.

Imaginó su mundo tan sólo cinco años atrás. "Todo habría sido muy distinto. De haberlo sabido, claro.", se dijo. Sus manos habrían acariciado de otra manera; sus ojos y sus labios habrían sido carmesí, encendidos de pasión, nunca grises, consumidos por la decepción; su boca habría sido justa para consigo misma, y es del todo seguro que habría sabido gritar "¡libertad!".

Pero el tiempo ya se había cobrado su derecho, y aunque daba gracias todos los días por tener el sol ante sus ojos, le costaba resistirse a la tentación de agarrar las maletas y desaparecer, tan lejos que nadie supiera dónde empezar a buscar.

Ahora, mirando al mar, todas las noches cierra los ojos y sueña con un pasado cierto, pero distinto; con un presente fugaz, pero intenso y pasional; y con un futuro dudoso, pero apacible.

Y sueña porque ha escogido tan sólo soñar, ... por ahora. Pero llegará el día que se levante en armas, y ese día llegará. Ella sólo espera que no sea demasiado tarde... ni demasiado pronto.

Y él, también lo (la) espera.

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