martes, 19 de agosto de 2014

La partitura

Comenzó a escribir la partitura con mano temblorosa, sin estar demasiado seguro de lo que estaba haciendo. Su inspiración había llegado semanas antes cuando se sentó al piano y sus dedos empezaron a revivir sus experiencias de ese día, así como las de las previas al encuentro, aunque el momento de mayor genialidad de su mágica improvisación había llegado cuando sus manos imaginaron el feliz y ansiado futuro pasado.

La forma era sencilla. Unos arpegios ascendentes y descendentes en la mano izquierda que iban cambiando ligeramente en cada tiempo, a veces con notas de adorno, otras veces con notas extrañas a la armonía de la pieza... pero siempre sonando en consonancia con la melodía de la mano derecha. Así, en la clave de sol, la música era muy delicada, como la de una cajita de música que sonaba incesantemente, pero que cambiaba a la octava aguda cada vez que terminaba una frase musical, dibujando cristalinos arabescos y curvas sencillas que mutaban livianamente según iban describiendo los matices de sus más íntimos deseos.

- Es una imprudencia por mi parte -se dijo- ; volver atrás así es demasiado arriesgado. Aún así... -dubitó-.

Hasta el momento, sólo le había funcionado con las palabras, pero esta vez sentía que sin ellas, el efecto sería mucho más poderoso y podría llegar mucho más lejos, hasta el foco mismo de su desasosiego. Las palabras, quizás por su alto grado de definición y concreción, eliminaban el factor de subjetividad que tienen los deseos. Ponerle un nombre a los sentimientos era absurdo, no se puede encerrar en unas pocas sílabas lo que no se puede expresar ni con mil poemas. Pero la música... la música llegaba perfectamente hasta la esencia misma de lo más anhelado de su alma.

Cuando compuso la obra no pensaba en objetos, personas, situaciones o cosas, sino en el estado de ánimo que querría tener hasta el día que se extinguiese su último aliento. Por eso la solución era colocar sus deseos en el momento justo en que se habían roto. Un clásico: volver y arreglarlo. Pero mucho más atrás en el tiempo y creando toda una vida.

Cuando terminó de escribir la partitura, la leyó, y súbitamente comenzó su interpretación. Pensó en paz, mientras su música dibujaba pasión, risa, tristeza de circunstancia, soledad escogida en compañía. Amor.

Al finalizar, la firmó, fechándola justo cinco años atrás, pronunciando en voz alta el día del momento del desencuentro.

-Fundido en negro-.

Cuando despertó, ya no había rastro de él. Existía, pero en otro cuerpo, otro rostro, otro sistema celular, quizás otro mundo. Él no podía ya saberlo. La inconcreción de su partitura había hecho que su nueva realidad fuera tan irónicamente feliz como descontroladamente aleatoria.

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