Comenzó
a escribir la partitura con mano temblorosa, sin estar demasiado seguro
de lo que estaba haciendo. Su inspiración había llegado semanas antes
cuando se sentó al piano y sus dedos empezaron a revivir sus
experiencias de ese día, así como las de las previas al encuentro,
aunque el momento de mayor genialidad de su mágica improvisación había
llegado cuando sus manos imaginaron el feliz y ansiado futuro pasado.
La forma era sencilla. Unos arpegios ascendentes y descendentes en la
mano izquierda que iban cambiando ligeramente en cada tiempo, a veces
con notas de adorno, otras veces con notas extrañas a la armonía de la
pieza... pero siempre sonando en consonancia con la melodía de la mano
derecha. Así, en la clave de sol, la música era muy delicada, como la de
una cajita de música que sonaba incesantemente, pero que cambiaba a la
octava aguda cada vez que terminaba una frase musical, dibujando
cristalinos arabescos y curvas sencillas que mutaban livianamente según
iban describiendo los matices de sus más íntimos deseos.
- Es una imprudencia por mi parte -se dijo- ; volver atrás así es demasiado arriesgado. Aún así... -dubitó-.
Hasta el momento, sólo le había funcionado con las palabras, pero esta
vez sentía que sin ellas, el efecto sería mucho más poderoso y podría
llegar mucho más lejos, hasta el foco mismo de su desasosiego. Las
palabras, quizás por su alto grado de definición y concreción,
eliminaban el factor de subjetividad que tienen los deseos. Ponerle un
nombre a los sentimientos era absurdo, no se puede encerrar en unas
pocas sílabas lo que no se puede expresar ni con mil poemas. Pero la
música... la música llegaba perfectamente hasta la esencia misma de lo
más anhelado de su alma.
Cuando compuso la obra no pensaba en
objetos, personas, situaciones o cosas, sino en el estado de ánimo que
querría tener hasta el día que se extinguiese su último aliento. Por eso
la solución era colocar sus deseos en el momento justo en que se habían
roto. Un clásico: volver y arreglarlo. Pero mucho más atrás en el
tiempo y creando toda una vida.
Cuando terminó de escribir la
partitura, la leyó, y súbitamente comenzó su interpretación. Pensó en
paz, mientras su música dibujaba pasión, risa, tristeza de
circunstancia, soledad escogida en compañía. Amor.
Al finalizar, la firmó, fechándola justo cinco años atrás, pronunciando en voz alta el día del momento del desencuentro.
-Fundido en negro-.
Cuando despertó, ya no había rastro de él. Existía, pero en otro
cuerpo, otro rostro, otro sistema celular, quizás otro mundo. Él no
podía ya saberlo. La inconcreción de su partitura había hecho que su
nueva realidad fuera tan irónicamente feliz como descontroladamente
aleatoria.
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