Tengo frío.
Mucho frío...
Me miro las manos y empiezan
a tener un tono amoratado. Mis uñas, brillantes, son como un espejo.
Reflejo mi rostro en ellas y veo que mis labios, marmóreos, se han
vuelto azuladamente cadavéricos. Mi cabello y mis pestañas están
cubiertos por una fina capa de escarcha.
Mi erizada piel se va tornando blanca, de un pálido mortecino. Poco a
poco, voy acurrucándome en mi desnudez, mientras escucho el crujir de
mis músculos, petrificándose fríamente. Envolviéndome sobre mí en
posición fetal, intento moverme lo menos posible para no romperme en mil
añicos.
Noto cómo mi sangre, de un color azul oscuro, casi
negro, se va cristalizando en bellas estrellas de nieve que recorren mis
venas, avanzando desde mis extremidades hasta llegar a mi pecho. En lo
más profundo de mi cuerpo, mis órganos vitales se resquebrajan,
quedándose dentro de mí como piezas agrietadas de un macabro puzle.
Mis ojos, con las pupilas grisáceas, se van cerrando lentamente,
mientras mi garganta, que traga el granizo de la verdad, se ha
convertido en un túnel helado que exhala ya su último y gélido aliento.
El corazón, plomizo, retardando al máximo el tempo, finalmente se ha
detenido para dar paso al más absoluto silencio.
Soy completamente de hielo.
Y tengo frío.
Mucho frío...
No hay comentarios:
Publicar un comentario